miércoles, 30 de noviembre de 2011

Las cejas

Mi ceño se va tranquilizando poco a poco. De fruncido pasó a sorprendido poco a poco, y por fin parece que va a volver a la normalidad. Es extraño no el aprecio, sino el impulso de imitación que siento. Las calles son las mismas de siempre, pero cada vez tengo más razones para sonreir. Se ha convertido en mi ejemplo a seguir, quizá sea la única vez que creo realmente que todos deberían parecerse más a ella.

Me acabo de delatar yo solito. Realmente. Típico adverbio de Pedro y el Lobo. Y sin embargo, me siento mucho más convencido. Antes no necesitaba que siguieran su ejemplo, y ahora sin embargo siento necesidad de predicar por éste.

No dejo de darle vueltas a las tres etapas del ciclo de retroalimentación de la dualidad persona/realidad. Sentir la realidad y actuar en consonancia, con un bucle entremedias como intento de procesamiento. Sentir, pensar y actuar, qué idílico.

No debemos olvidar nuestros deseos, ni dejar que nuestros miedos nos coaccionen. Que nos hagan pensar lo que no debemos es inevitable. Pero lo principal, para no caer en una trampa de la que no podamos salir, es no dejar de sentir.

A eso me dedico y en ello vuelco mis esperanzas cuando por la calle, intento por unos segundos dejar de ser un robot e intento sonreir como sólo sabe una persona.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El corazón

La tormenta ha llegado. Increíble ver cómo se desboca uno, qué se puede sentir. Y sacas la cara de la pantalla y te sientes enjaulado. La estética de la biblioteca general ayuda con tanto ventanal subdividido hasta la saciedad.

Las manos frías. En manga corta en Noviembre. Y la cara ardiendo. Impaciencia ha vuelto al hogar con su amiga Inquietud. Paras un momento y notas como el pecho se te hincha en un suspirar lento, jadeante, que te hace notar, por contraste, tu ritmo cardíaco.

Se siente uno más vivo porque actúa más. Porque piensa menos. Qué raro que se derrame con más fluidez el tiempo entre las manos cuando más inquieto está uno. Como hacer todo y nada.

Inestabilidad completa. A cada momento viene a la mente un sentimiento distinto. No sabe uno cómo se encuentra. De todo menos tristeza y tranquilidad. Una cadencia acelerada con pequeños parones, tan cortos como para no sentir descanso y tan largos como para no dejar de preguntarse cuándo volverá a empezar.

En conclusión, me siento como mi hamster dentro de su rueda, intentando escapar de la jaula a algún paraíso de roedores, quizá en Tomelloso.

Ahora caigo en por qué mi manga corta. Tras las Flores viene el Verano. Disculpad mi prosa por lo inexplicable de mi sentimiento.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El sueño

La realidad no me quita el sueño. Pase lo que pase, hagan lo que hagan, por ahora al menos no me afecta el mundo. Me afecto yo.

En lo único que pienso cuando intento dormirme es en qué voy a hacer al día siguiente y qué he hecho ese mismo día.

Al día siguiente me esperan decisiones por tomar con sumo cuidado. No me preocupan los resultados, me preocupa conseguir hacer las cosas justo como creo firmemente, para mis adentros, que debo hacerlo. Algunas veces reina el mundo del bien y consigo hacer lo que realmente creo lo mejor, y en otros momentos me dejo llevar por las sensaciones del momento y acabo haciendo lo que no debería.

Como siempre, pesa más lo malo que lo bueno. Pero afortunadamente, los temas que más rebotan en mi cerebro, que más fácilmente me calientan la cabeza, los llevo bien por ahora. Quizá el tabaco y madrugar sean mis peores fallos en este momento.

Desencanta completamente ver cómo los instintos más primarios lo toman a uno en brazos y lo titiritean como quieren. Cuánta maldad puede sentir uno mismo dentro de su corazón cuando ve que no hace lo que se propone porque no quiere, porque un vicio ha pasado a ser parte no sólo de los hábitos sino también de la personalidad, de la mente, de uno mismo.

Me consuela ver que otros que me han hecho sentir peor han quedado dormidos por la abstinencia. No muertos, pues esperan a que llegue su momento, pero parecen haberse rendido a mi voluntad hasta que yo reclame su ayuda. Quién iba a pensar que yo iba a creer en la castidad de verdad, la mental, que iba a conseguir separar mentalmente sentimientos tan relacionados con el sexo para buscar éstos firmemente despreocupándome del segundo. De verdad que me sorprende.

Eso me recuerda que casualmente llevo hoy mi camiseta de Borat, en la que reza "I like sex, it's nice". Me encanta la dulzura de la frase, hablando del sexo como una apetencia, como una afición de moderada prioridad. Como si, en definitiva, la amistad pudiera ser mucho más que amistad sin que hubiera sexo. Como si pudiéramos ser felices con o sin sexo. Como si lo que realmente importara fuera un abrazo, una sonrisa o una mirada. Como si por fin nos diéramos todos cuenta de que somos parte de un único organismo, y amar y cuidar a los demás fuera la única forma de conseguir nuestra felicidad.

martes, 1 de noviembre de 2011

Las sonrisas

Me parece fascinante la facilidad que tengo para ver lo primarias que son mis necesidades, lo animales que son mis sentimientos. No sé si tengo alguna virtud para ver de forma estrictamente material, si soy un capullo soñador que se cree que entiende por qué nos comportamos de forma tan aparentemente absurda cuando conoce a una persona casi tanto como a uno mismo, o si soy tan simple que se hace evidente el motivo de por qué actúo o me siento de una determinada forma.

En la última entrada acababa hablando de los miedos, que cimentan nuestras relaciones socioamorosas a la vez que las llevan al derrumbamiento. Aquí viene otra vez mi insatisfacción a la hora de hablar de esta palabra: me parece que lo anterior demuestra que esta palabra no puede sino englobar dos cosas de naturaleza muy distinta. Algún día hablaremos de eso.

Hoy quiero hablar de las sonrisas, esa palabra que tanto se parece a la risa, otro concepto muy dual, con intenciones (y consecuencias) muy distintas dependiendo del momento. No sé de donde viene esta palabra, pero me hace gracia que sea son-reir. A veces fantaseo con que es reir al son, reir en armonía. Reir sin que quepa duda de que, además de gustarnos la situación, empatizamos con las personas (o lo que consideremos personas) presentes. Una forma animal de ponernos, al menos temporalmente, una misma bandera junto a las personas con las que estamos, como pintarnos la cara de una determinada forma. Una sensación sin duda colectiva. Un símbolo de pensamiento común con esas personas, de sentirse parte de un mismo ser.

Qué distinta es una situación con las mismas personas, si un día abundan esas sonrisas y otro día hay, no caras largas, simplemente una cara estándar para ir por una calle en la que no vemos a ningún conocido. Parece que cualquier comentario con una sonrisa pueda llevar buena intención. Luego se aprende que hay sonrisas y sonrisas. Pero en todo caso, un comentario sin sonrisa puede dar pie a multitud de reacciones distintas dependiendo de la persona.

Con relativa seriedad, un comentario puede parecernos significar una intención de que deberíamos cambiar, o incluso de que si no cambiamos habrá consecuencias. No olvidemos que muchos de ellos son una forma de autoregulación social. Expresar nuestra opinión sobre un tema es aprobarlo o suspenderlo. Por eso en los juicios no se sonríe.

Seguro que muchos piensan que no se puede sonreir todo el rato, que hay cosas que cambiar. O que el valor de una sonrisa es que salga en determinados momentos y no siempre. También se dice así. ¿Pero no quiere decir eso que no estamos contentos con lo que nos rodea? ¿Por qué iba a colaborar nadie con nuestra búsqueda de mejoría si no sabe si es parte del problema? Es más, ¿acaso podemos cambiar algo como personas individuales?

Miro cómo funciona el mundo a gran escala y no puedo evitar pensar en tribus. Tribus que se sonríen entre sí cuando están en el hogar y que sacan los colmillos cuando están en el campo de batalla. Sin duda gracias a esas grandes uniones, con personas con las que nos identificamos, con nuestros compatriotas, o con los modos de vida que vemos a través de las películas, es como conseguimos remar de forma acompasada en esta barca en dirección a nuestro objetivo.

¿Pero no estamos en la misma barca todos, en esta Tierra? ¿No deberíamos ponernos de acuerdo en un objetivo común, un camino entre medias de las metas de unos y de otros, intentando que cada cual pueda saltar a su orilla, pero sin duda lleguemos cuanto antes en vez de amotinarnos paralizando toda nuestra maquinaria, malaprovechando los avituallamientos que conseguimos antes de zarpar?

Se puede pensar que lo más eficaz es eliminar al otro bando y hacerse dueños del barco, o imponer nuestro punto de vista y esclavizar a los que estén en contra. Pero temo que ni siquiera así podamos llegar a la costa. Quizá nos hagan falta no sólo los músculos del otro (que habrá quien piense que ni siquiera eso), sino también sus emociones y sus sueños. No olvidemos que la locura nos da fuerza, que un soñador se esfuerza más que un esclavo.

Y eso me lleva a otro punto pendiente. Si mientras luchamos no sonreimos, ¿no habrá soldados que teman más a sus propios comandantes que a los del adversario? ¿No nos acobardaremos, no perderemos nuestro estímulo, cuando dejamos de sonreir?

Es un gran problema sentirse esclavo, sea de nuestros propios intereses o de los del adversario. Quizá sólo sea un impulso a no esforzarse, a mantener nuestras fuerzas por si al segundo siguiente tenemos que luchar a muerte por nuestra vida con un hermano o con un vecino. Esa pereza inherente a todo nuestro género que muchos ni siquiera dicen querer combatir.

Mi conclusión es que cuando desee más fuerzas sonreiré a mi alrededor. No sólo porque cuando más agotado está uno siempre puede, en vez de parar y creerse extenuado, sonreir y sentirse aliviado mientras observa que las consecuencias de sus esfuerzos se multiplican; sino porque también cabe la posibilidad de que una sonrisa nos de fuerzas, nos haga pensar por un momento que nos movemos al mismo son.