viernes, 1 de junio de 2012

La felicidad estética

Veo un criterio para clasificar la forma de observar la felicidad: El sentido que tiene en la dirección Yo-Mundo. La felicidad intrínseca, o metafísica, o filosófica, la que arranca de nosotros a través de un razonamiento. Quizá la felicidad racional. Y la felicidad estética, la que captamos del mundo independientemente de lo que nos muestra, la que nos transmite las apariencias que observamos.

Leyendo a Eduard Punset: "La felicidad se esconde en la sala de espera de la felicidad. [...] La belleza es [...] la ausencia de dolor, o la ausencia de recuerdos de dolor." Estas frases me han hecho darme cuenta de cuánto he avanzado en este largo camino de búsqueda de ese sereno júbilo.

No ha mucho tiempo, decía que la diosa de la felicidad era una buena diosa, que colmaba con sus poderes a sus acólitos hasta su saciedad, sólo con una condición: La diosa de la felicidad es celosa, celosísima. Si en algún momento observa que valoras algo aparte de ella, te hará darte cuenta de tu error dejándote a solas con ello. He aquí un ejemplo de felicidad racional.

Pero no dejaba de ser un engaño el no valorar nada a excepción de la felicidad: Un cuerpo humano no puede renunciar eternamente al mundo y ser feliz. Y un ser feliz no tendría por qué renunciar al mundo.

Si en aquel entonces era una sensación de seguridad la que me daba esta idea, ahora sin duda es libertad lo que siento. Con esta felicidad racional, vivía en un mundo que no me daba belleza, que no me daba alegría. Me sentía como un ferviente beato rodeado de salvajes. No podía evitar pensar que la felicidad no era mi mundo, sino sólo un pequeño reducto en mi corazón.

Punset tiene la clave, en parte: Son los recuerdos dolorosos lo que nos atormentan, lo que nos impiden disfrutar de la vida por bien que la organicemos. No se trata de no recordarlos, porque es imposible. Se trata de hacer las paces con el fantasma de las navidades pasadas.

Nuestra experiencia nos condiciona, todo lo que observamos lo juzgamos en función de lo que hemos vivido, y es por eso que, de forma irracional, trasladamos nuestros recuerdos dolorosos al presente. Bien dicen que, quitando cuatro problemas que vistos de una manera bastante razonable son necesarios, cualquier situación se soluciona enfrentándose a ella sin miedo y tomando las precauciones necesarias que podamos hasta derrotarla.

Y efectivamente, los tiempos cambian, y grandes problemas del ayer los solucionamos. Y no sólo eso, sino que algunas veces, incluso nos damos cuenta de que no eran tan graves. Miren cuántas personas han odiado e intenten pensar en una experiencia parecida a la de éstas que hayan vivido ustedes. Dirán, no, lo hizo sin ningún derecho, cuando yo me comporté de forma parecida tenía mis razones.

No se engañen. La mayoría (como mínimo) de los miedos y rencores que tenemos no son tan graves. El mundo no ha sido tan injusto con nosotros. No, aquello no era un derecho quebrantado. No, aquello otro no fue una cuestión de crueldad. Hagan las paces con ustedes y con sus viejos enemigos, que si la vida son tres días, llueva o nieve sonría.