jueves, 27 de diciembre de 2012

Empatía hipócrita

Con ésta empiezo una serie de entradas dedicadas a por qué la crisis nos azota de esta manera. Igual algún día de estos me pongo a hablar de temas más serios, como por qué votamos a los mismos idiotas de siempre o por qué parecemos críos ante la tele... Cuando encuentre algún matiz que me merezca la pena mencionar, como suelo hacer.

Por ahora hablemos de una serie de premisas que estabilizan esta supuesta crisis. Porque se supone que una crisis debe promocionar un cambio, es una situación difícil que debería hacer que las personas se replanteasen las acciones que la han causado. Y vamos a ver los mecanismos para que ese cambio no se produzca, que salen de la naturaleza del ser humano, con más o menos consciencia de ello.

El primero es ese complejo de pobre que equilibra las clases sociales. Una clave para evitar la lucha de clases es separarlas en el espacio, que no se conozcan entre sí para que no vean la injusticia presente. Esto, claro, no es sólo difícil por la necesidad de que obrero y propietario se comuniquen (aunque dentro de un tiempo veremos que se limitarán al email) sino también porque todos los días vemos en las noticias gente rica. Necesitamos un vecino que se les parezca y que no sea tan hijo de puta para no odiar a esos personajes televisivos.

Es por esto que se crea una red en torno a la pirámide social, a su vez dividida en segmentos de lo llamado clase media, no sé si por pero seguro que para, estabilizarla. Esta red pretende consolidar la pirámide, que la clase baja crea que la alta se caracteriza por comerse un carabinero cada año, y que la alta crea que eso de ser clase baja significa que si tu hijo se va a la universidad tienes que comprar el jamón serrano con más moderación, y a lo mejor pan de molde de marca blanca.

La vida no parece tan injusta gracias a esta red, el vecino de arriba tiene un mercedes y se ha ganado la vida dignamente, y el de abajo se suicidó el otro día pero no de pobre, sino porque su mujer le dejó por estar cada rato que podía de cervezas, con el jefe, por cierto, intentando que le diese los tres meses que le debía. Seguro que esa gente que sale por la tele que cobra 10.000 al mes no es tan mala y se lo ha ganado dignamente. Y seguro que los africanos no salen de su situación porque no se ponen.

Ahora vayamos a la crisis. Separa la sociedad en gente al borde de la desesperación, gente algo incómoda con su vida, y gente que si niega que se la repampinfla es por puro cinismo o porque han perdido la cabeza. No hace falta señalar.

Lo que consiguiera la red y la almohadilla de la clase media se hace menos efectivo. Los que llevan tres meses sin cobrar empiezan a mirar con mala cara a la gente que lleva mercedes. Y no se sabe cómo, surge de repente esa empatía inútil, falseada, manca.

Todo son gritos de angustia ante la situación económica, sea entre lonchas de jamón ibérico o jamón de york. En parte es bonito que la gente se solidarice entre sí, y también es bonito quejarse de los políticos por cosas que no te afectan directamente sino a otras personas que quizá ni conozcas. Pero generalmente queda en agua de borrajas.

Ojo, que no me meto ni con la empatía ni con las manifestaciones. El otro día, 25 de diciembre, decía una mujer: "Esta noche de quién tenemos que acordarnos es de los más pobres, que lo están pasando muy mal". Muchas la secundaron. Bravo por ellas. Una pena que ninguna vaya a hacer nada que demuestre sus sentimientos.

Esa empatía que provoca melodramas en honor a los desfavorecidos, o esos "huy, este año es que está todo muy mal", es hipócrita por algo muy simple: porque no se traduce ni en votar a otros, ni en mirar mal el pecado, ni en hacer nada por nadie. Sólo parece una preparación para caerle bien a alguien en peor situación económica. Un condón para las revoluciones.

No niego que de vez en cuando provoque buenos gestos, un poco de caridad, un poco de solidaridad, pero no se traduce en cosas serias.

Y lo peor es que no puedo acabar esta entrada con buenas noticias. La caridad y la honestidad no se enseñan, las aprende quien quiere. Quizá un trauma, quizá pensar que sin ellas el mundo se vendría a pique, quizá pensar que realmente nuestro granito de arena pesa en la balanza, y alguna vida humana va a mejor gracias a nuestro esfuerzo. Pero es algo que nadie querría ser no siéndolo.