lunes, 3 de marzo de 2014

Pagar el karma

No fueron ni 20 días desde que olí la desgracia. Cada vez comprendo mejor aquel cuento de abuelo zen llamado "buena suerte, mala suerte, quién sabe", en el que los bienes y los males se suceden con una curiosa correlación que casi aparenta causalidad.

Es cuando mejor estamos cuando más idiotas nos volvemos, parece inevitable. A veces la suerte nos sonríe, porque quizá seguimos en deuda, pero otras, se cobra de nuestra tranquilidad. Qué idiota, dedicándome al hedonismo, sin pensar en mis prioridades y sin saber defenderlas.

Habría sido muy fácil, no hacía falta matar a nadie, ni faltar al deber de uno, y sin embargo, por comodidad, por excesivo confort, no sólo veo claras pequeñas, minúsculas faltas de deber, sino excesos innecesarios y peligrosos, frecuentados por culpa de la ceguera de la alegría.

Imanol, cuida de tus cosas importantes. No te obsesiones con lo que piensen los demás que es prioritario: cuando no sale, no sale; pero cuando reconozcas algo esencial, no lo des por seguro, no te confíes demasiado.

En cuanto a la crisis, pues efectivamente, me pasé de pedante. La vi venir y chuleé. Fue peor de lo que podía imaginar. No es que una crisis llame a otra, es que una sola puede desmontar todo el castillo de naipes que es nuestra felicidad. A veces sí, a veces provocando más si uno se deja a la deriva, si confía, una vez más, en su estado de ánimo, y piensa que no puede ir a más, en esos casos a peor.

Pagar el (buen) karma es agradecer lo recibido, a la persona o personas que nos lo dieron, de manera que puedan seguir dándonoslo. Así, cuando algo bueno me ocurre, en vez de aprovecharme de mi suerte, veo que debo perseguir esa suerte, encontrar el origen de ese acción, de ese hecho, y fortalecerlo, y cuidarlo, y alimentarlo, como si fuera parte de uno mismo, que es lo bueno que en última instancia que nos ha llegado.

No es religión, es lógica. Si quieres que algo se repita, recompénsalo. Si quieres que todos te traten como alguien, sé con los demás como con esa persona, y no hablo de llamarlo por el mismo nombre, o hacerle las mismas bromas, o hacer las mismas cosas, sino de apreciar a los demás de la misma manera. En orden de prioridades, y con mucho, la primera esa persona, con mucho, no lo olvides. Y por último, si ser o estar de una manera te hacen recibir buen karma, págalo recompensándote, busca cómo mantenerte así.

Pero siempre, siempre, la primera prioridad es la máxima de los informáticos: Si algo funciona, no lo toques. No te arriesgues a perderlo, arriésgate a ganarlo. Y cuando digo algo, hablo de esa gran prioridad tuya, en torno a la que giran todos tus sentimientos y emociones. Reconócelo como centro de tu universo, no te ciegues, pero no dejes de prestarle atención, ahí empieza el principio del fin.

Lo peor de las crisis, la estupidez. Cosas que uno ya ha admitido que no quiere para sí se vuelven tentadoras al calor del hogar, y cuando salimos y pisamos, nos hundimos en el barro. Qué bonita la lluvia desde la orilla de la chimenea. Claro que no salimos a mirar al cielo y cantar. Algo nos dice que no queremos, un recuerdo inconsciente de las gripes. Pero cuando le echan del hogar, le inunda a uno ese romanticismo meteorológico, y después bajo un puente difícil solución le podemos poner a estar empapados.

Ya va más de un mes. No sabría decir si estoy peor o mejor. Estoy recuperando la sensatez, recordando lecciones que no debí olvidar por comodidad... Tengo mis bajones. Les doy remedio lo antes posible, me estoy tratando con cariño de madre. Quizá no con determinación de enfermera, pero siempre hay alguien que me ayuda, de mejor o peor humor.

Al menos ahora parece que tengo más claro qué no hacer. Voy dando menos bandazos. También me quedan menos esperanzas de arreglarlo que al principio, pero al menos ya no estoy equivocado en cómo luchar por ello y por mí, y así voy, avanzando otra vez el mismo camino.