lunes, 2 de mayo de 2016

Lo que se hace y lo que se deja de hacer

A veces hacemos cosas de las que no nos damos cuenta. Engañamos a alguien contándole lo que realmente sentimos, cabreamos a otro diciéndole lo que nos gusta de él, e incluso confundimos a alguien contándole lo que creemos.

Sí, evidentemente estas acciones no son individuales. Son todas acciones conjuntas, una acción que tiene como consecuencia una reacción. Muchas veces me han dicho, por ejemplo, que los medios de comunicación manipulan a la sociedad, pero ¿no es también la sociedad, la que se deja manipular?

Estos verbos han sido acuñados así a lo largo de nuestra historia, no es una casualidad. Es muy difícil decir que no hay ningún engaño, ni ofensa, ni confusión. Que no pretendemos molestar a nadie. Vivir en sociedad es, siempre en parte, molestar. Y claro, con el predominio del lenguaje como arma social, vale la pena dedicarle un tiempo a demostrar o no el interés o la voluntad de cada persona para con sus acciones.

Se puede no saludar a alguien porque preferimos no hablar con él, y también porque no nos acordamos. Se puede querer quedar con alguien y no poder, y también se puede preferir muchas cosas antes que quedar con esa persona. Se puede no contestar a alguien por asco, por indiferencia, por hacerse el interesante, e incluso por no haberlo podido escuchar, pese a que lo parezca.

Cuando vemos a una persona en nuestro camino siempre hay un tiempo de reacción. ¿Saludar o no? ¿Nos está mirando? ¿Nos interesa conocerlo? ¿Parece majo? ¿Viene hacia nosotros, o va a otro lugar? ¿Qué pensará si le saludo? ¿Tiene pinta de ser violento, de ser borde?

En realidad, tenemos tantos prejuicios que si pudiéramos parar el tiempo para analizarlo tranquilamente, seguramente sería algo rutinario. El caso es que hay personas que lo piensan, y personas que no, que simplemente saludan.

Y bueno, cuando uno saluda, sin embargo, no nos cuesta responder, normalmente. Antes de eso, saludar o no es algo trivial. Pero contestar, contestar es necesario. Porque no contestar parece una terrible ofensa.

Por algún extraño mecanismo evolutivo, hemos llegado a preferir el odio a la indiferencia. Supongo que pensamos que si hay un conflicto, se soluciona, de una manera u otra. Lo que no se puede solucionar es el silencio. Es la curiosidad humana, es el no saber por qué. es quizá una lucha entre uno mismo y su autoestima.

Porque si sabemos por qué una persona no nos saluda, no nos responde, o no queda con nosotros, normalmente uno encuentra su manera de justificarse. Los insultos de otras personas no duelen, es sólo su visión. Pero cuando uno no sabe por qué, y tiene que mirarse a sí mismo y buscar el fallo, ahí es cuando llegan los verdaderos latigazos. Ahí también es cuando uno se reafirma realmente, claro, pero como no hay certeza de que sean los fallos solucionados los que provocan esa indiferencia, vuelve a comenzar el bucle, y de ahí la frustración.

Lo realmente curioso es que, evidentemente, todos nosotros sentimos indiferencia hacia alguna cosa, y sabemos que generalmente no tiene nada que ver con errores, sino generalmente ausencias, falta de algo.

Pero sí, todos tenemos alguna falta que queremos llenar. Y no sabemos cuál es, solamente queremos ser algo más apreciados. Quizá todo sería más fácil si no pensáramos antes de saludar. Tendríamos que pensar menos, y no haríamos pensar tanto a la persona no saludada. Porque no saludar no es sólo una ausencia, sino también una acción.

El problema de la tecnología es que tenemos que pensar en esa persona sin que pase ante nosotros. Saca a la luz algo muy nuestro: El pensar en alguien que no está, el darle importancia a esa persona tan alejada de nuestro aire, nuestro alimento y nuestra temperatura. Porque puede que esa persona, si piensa en nosotros y teme que no la recordemos, espere nuestro saludo como si estuvieramos delante, porque así nos siente. Tenemos que acordarnos de saludarle, o estaremos sintiendo indiferencia sin querer, como tantos fallos nuestros.