domingo, 11 de diciembre de 2011

El rifle

A veces es necesario amputar. Y si se hace mal, y sale gangrena, volver a hacerlo.

Conforme una herida se abre, nuestra naturaleza nos hace escupirnos, muchas veces infectándola. Somatizar está a la orden del día. Pero no debemos permitirlo.

Ser feliz es un deber, conforme yo comprendo este adjetivo al menos. La tristeza autocompadeciente no es sólo dañina para uno mismo, sino perversa inevitablemente.

La mayoría de las veces estamos sometidos a mecanismos emocionales que, aunque luchan por la igualdad, porque todos reciban lo que consideramos que cada uno merecemos por el hecho de estar vivos o "portarnos bien", también llevan la misma inercia que poseen los estúpidos por naturaleza, los que lo desean y no tienen motivaciones pese a que se les haya dado todas las facilidades. Muchas veces nos conducen al fracaso en la misión de aprender, la misión más importante de nuestra vida, la que nos caracteriza como personas. Porque es difícil aceptar lo que uno ha hecho mal, aceptar que siempre lo podría haber hecho mejor, y sobretodo aceptar que la próxima vez habrá que esforzarse más. Somos perros como nosotros solos.

Perros de hortelano. No sólo luchamos contra la idea de aprender y mejorar, diciendo cosas como que "no podemos sentirnos de otra forma", que "somos así"; "Es natural", los más ineptos o los que se creen más leídos; sino que además luchamos porque sean estandarte de nuestra nación estos sentimientos. "Amar es necesitar", "Míralo, qué mala persona (sustitúyase por el insulto que sea conveniente), que parece que no le ha afectado tal...", o incluso tachar de insensibles a personas que hacen lo que pueden frente a otras mucho más sensibilizadas que se rajan las vestiduras hablando de tal o cual problema sin ningún problema de conciencia pese a hacer gestos simbólicos y tomarse a la torera las decisiones importantes (esa doble moral tan característica de las sociedades religiosas que todos tenemos en mayor o menor medida).

Es prueba suficiente de esto el mismo hecho de dejar que estos sentimientos se alojen en nuestras más profundas cavidades sin ponerles pegas. Pero hay que sacar el rifle, hay que reconocer el objetivo, hay que admitir lo malos que somos y lo banales que son los instintos que nos hacen aflorar estos sentimientos aunque no se puedan admitir en público porque, ya que nadie lo hace, quedaríamos como los únicos que son simples, los únicos que se guían de forma tan egoísta y estúpida... Pero sí que hay que vernos siempre simples. Reconocer que no somos sino ratones de laboratorio, guiados por el hambre, la sed, el miedo a la muerte, la territorialidad (derivada del anterior), y el deseo de aceptación socioemociosexual (derivada también). Y reconocer que somos terriblemente malos y pecamos de todos los capitales y los que consigamos inventar.

Por eso hay que sacar el rifle y arremeter contra uno mismo, antes de que acabemos amando el error y el dolor hasta el punto de que buscar el bien común sea una horripilancia.

Sólo anotar que en el otro extremo de esta dimensión, enfrentada a la tristeza más autocompasiva y más estatizante, está la sonrisa de blues. Ese grito de borracho destripando todos los males de un corazón sin dejar de decir con la mirada "Y qué?". Porque se le dice estoico a alguien cuando se sabe que está sufriendo. Pero también, y únicamente, se le debería decir cuando sus miedos y dolores, sus emociones, no son patológicas, no le impiden desarrollarse.

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