viernes, 9 de marzo de 2012

La moralidad

No sé si he escrito antes sobre esto, pero me parecía necesario dejarlo por si acaso.

Últimamente veo a mi consciencia entre el Ello, luchando permanentemente por la comodidad, por los placeres fáciles, y el Superyo, planteando mis acciones de forma que me beneficien aunque fuera inmortal. Quizá sea ésta la quintaesencia de la moralidad, vernos no como un humano más sino como la especie humana. Sentirnos como parte de la existencia de la humanidad, que se prolongará, esperemos, mucho tiempo.

Y me valoro en función de lo que lucho por acercarme a mi Superyo, y evito lo fácil, los instintos que noto cuando me siento débil, triste, cansando. No porque crea que está mal simplemente por ser instintivo, sino porque creo que tengo estudios no muy serios (sic) que demuestran que no benefician a medio-largo plazo.

Aún así no tengo claro estar buscando lo mejor para mí. Puede que esté desaprovechando grandes oportunidades, e incluso echándome a perder. Pero es mi superyo, y tengo que respetarlo y complacerlo a diario. Y creo que es lo que más valoro de mí mismo. Tener unos ideales, sí, que ya es mucho en estos días, pero sobre todo hacer algo por cumplirlos o, como mínimo sentirme mal si no lo hago. Saber que me quedan cosas por perfeccionar, que mañana tengo que correr más, ser más feliz, o prestarle más atención a alguien.

Ya llevo mucho tiempo diciéndolo, lo importante de una persona no es su situación, ni sus logros, sino a dónde se dirige, qué intenciones tiene.

Lo que me recuerda que hay que fijar un mínimo. Si los objetivos son una serie de montañas escarpadas... hay que asegurarse de valorar a las personas no según las montañas que han escalado, pero sí que hayan escalado alguna y sigan con ganas de otras cuantas por lo menos. Está bien que tengan buenas intenciones, pero si no han visto nunca una montaña de cerca, de poco sirve que les apasione el montañismo. Y eso va por quienes deciden algo y luego se arrepienten y cambian de idea en un ciclo lunar.

Creo que hoy no tengo nada más que decir. Que pensar es una mierda, que llega un punto en que uno tiene claro qué decir aunque no sea la mejor respuesta, pero es la que surge en el momento. Que hay que hablar mucho.

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