viernes, 6 de enero de 2012

La interrupción

Pues me equivocaba hace un rato. Eso otro día, hoy tocan las relaciones sociales.

Cuando a un ser asocial le apetece hablar pasan cosas raras. Es difícil saber cómo de apreciada es la presencia de uno para seres con suficientes amigos, con los que hablan cuando les apetece. Se siente uno un estorbo.

Te preocupas de que quizá tenga mejores cosas que hacer que hablarte o escucharte, pero de que por otra parte quizá está esperando a que tú le digas algo. A rachas te convences de que, qué coño, yo le hablo y le escucho, y si no le gusta que me mande a paseo. Y antes o después llega alguien que te jode las convicciones.

Cómo coño sabe uno cuándo una persona quiere que le hablen? O de qué? Vale, cada uno tiene que ser como es. Hablar a quien le apetece, de lo que le apetece, cuando le apetece. Todo ello teniendo en cuenta cómo es la otra persona y tal... Teoría preciosa. Luego llega alguien y te jode la perspectiva, y te dice que eres un cansino (adjetivo que odio con todas mis ganas, no sé si porque lo soy o porque que alguien lo sea no me impide hablar con él), que no sólo él, sino muchas otras personas no te aguantan. La mayoría de las que conocéis en común. Que puede significar que le pareces cansino a la mayoría de las personas que te conocen. Y ahora qué?

Si ganas algo hablando con esas personas piensen lo que piensen de tí, pues que se jodan. Si no ganas nada hablando con alguien que quizá le resultes cansino, pues para qué... Pero y si lo que ganas hablando con esas personas, tiene que ver con no molestarlas? Y si buscas su sonrisa, dentro de tu complejo y siempre egoísta altruismo, y resulta que tu presencia lo que hace es hacerla desaparecer?

Miras desde lejos su sonrisa? Cambias? Lo primero es doloroso, y lo segundo no me atrevo a predecir qué consecuencias puede tener. Así que lo que uno piensa, fácilmente, es que lo mejor es desaparecer de la vida de las personas a las que pareces molestarle. Que llamen a mi puerta, que serán bien recibidos. Entrad, entrad sin miedo. Pero no me pidáis que salga de mi caparazón.

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